De lo malo ni nos acordamos
- anac
- 8 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Cuando Jacobo tenía un par de meses, recuerdo bien haberme mirado al espejo y pensar “es la última vez que hago esto”... pensaba en mi cuerpo “por todo lo que tuvo que pasar”; pensaba en mi mente “por todo lo que está pasando”; pensaba en mi relación con Sergio “por lo que estamos pasando juntos y cada vez más distantes”; pensaba en mi vida profesional “nula”; pensaba en mi vida social “desaparecida, casi extinta”; pensaba en mi desarrollo personal “detenido”; pensaba en los pros “pocos”; pensaba en los contras “todos”. No veía ni la necesidad, ni la capacidad, ni encontraba una sola razón para repetirlo. Si, habrá sido mi sueño desde niña, convertirme en mamá, pero en ese momento se parecía más a una pesadilla.
El desencanto de la cruda maternidad llegó a mi vida a uno o dos meses del nacimiento de mi hijo Jacobo. Y hasta ahí había llegado el sueño de mis papás y suegros de ser abuelos de muchos, y el nuestro de ser multipapás. Uno era suficiente y todos los que opinaran lo contrario “no tenían idea de lo que hablaban”.
Que “uno es bien poquito”, que “pobrecito, los hijos únicos sufren mucho”, que “no sean egoístas, necesita un/una hermano/a” .... que “quién les preguntó” era mi respuesta mental en automático...
La decisión está tomada. Primero y último. Jamás me obligaré a pasar lo mismo. Achaques, vómito sin fin. Encierro. Malestares físicos. Depresión postparto. Tendría que ser idiota y necia para buscar nuevamente este martirio. “Que si está bonito?” Si lo está. “Que si lo amo?” Si, si lo hago. “Que si vale la pena?” Si, la vale. “Que si lo repito?”, ni de loca. Y parece que es esa loca la que ahora escribe esto. Porque por más malo que haya sido, ha sido lo mejor que nos ha pasado.
“Cómo sucedió?”. No tenemos idea. Crecimos como pareja, como padres y como seres humanos sin darnos cuenta. Cada día fue una pequeña metamorfosis en la que sin darnos cuenta, la vida giraba poco a poco a favor de nuestro hijo.
Nunca entenderé el cambio. Nunca entenderé la aceptación tan grande y fuerte de aquel papel en el que me vi inmersa de un día para otro. Nunca comprenderé los métodos, las formas de Dios, de la vida, del destino. Nunca comprenderé tampoco el cambio de Sergio. No comprendo como las personas mutan al ser Padres, como si la naturaleza supiera de antemano cómo sería. Y uno solo cierra los ojos y se deja llevar, y para cuando los abre ya ha pasado el primer día, la primer semana, el primer mes, el primer año.
Para cuando uno despierta el hijo ya se sienta, ya se rueda, ya gatea, ya come papillas, ya dice “Papá”, ya dio un par de pasos, ya duerme toda la noche, ya extrañas al bebé, ya necesitas otro. Y entonces te detienes y piensas “que tontería estoy pensando?”... y un buen día entre una copa de vino y otra, se te resbala pensarlo en voz alta, y a él se les resbala el “vamos a intentarlo”.... una buena o tal vez mala serie de Netflix te ayuda, una botella de vino te empuja, pero unas ganas terribles de volver a los desvelos, pañales y leche termina de hacer el trabajo. “ Por qué?” Nunca lo sabremos. Por que lo necesitamos tal vez. Por que estamos incompletos sin él. Porque nunca pensamos en una familia de tres. Porque Dios lo tenía planeado así. Porque nos gustan las aventuras y el ruido y nuestra mente nos hace el favor de archivar lo malo en lo más profundo del subconsciente para poder hacernos los locos como en la primera vez... y después de ese positivo en la primera prueba podamos decir “ya no me acordaba de los achaques”, “ya no me acordaba del dolor de espalda”, “ya no me acordaba del insomnio”... y no nos vamos a acordar porque no queremos. Queremos acordarnos de lo bueno. De la emoción del mejor día de nuestra vida cuando al fin tomamos esa primera foto familiar de tres en el quirófano. De la emoción cuando por fin bajó la leche y con ella bajaron las lágrimas de felicidad, de empoderamiento. Del triunfo del primer baño sin ahogarlo ni quemarlo, de su primer sonrisa, de cada uno de sus primeros logros, y cada uno de los nuestros.
Y así, a quince semanas de la llegada de Felipe a este mundo, volamos rumbo a nuestras vacaciones ya sin miedos y con muchas ganas. Sabiendo que cuando todo esto pase, cuando lo difícil y desconocido ya sea la rutina diaria, una buena noche, con una o dos copas de vino volveremos a preguntarnos “y si lo intentamos?” Porque justo ahora de lo malo ni nos acordamos.

Comments