La primera crisis
- anac
- 30 jun 2018
- 7 Min. de lectura
Esta historia no es nada nuevo para muchas mamás... muchísimas pasamos por esto. La razón por la que la escribo es que yo no tenía idea. A mi no me contaron a pesar de que era tan frecuente, y esta etapa la recuerdo como una crisis que tuvimos los tres, que en lo personal nos afectó mucho como pareja en ese momento.
Bueno, esta historia comienza así...
Habíamos tenido casi dos excelentes meses con nuestro recién nacido, y todo iba bastante bien... era un bebé dormilón en las noches, dormía bastante, no puedo quejarme, ya le estábamos perdiendo el miedo... le gustaba mucho que lo porteara, podía dormir muchas horas hecho bolita pegadito a mi pecho. Darle pecho no fue una complicación importante para mi que yo recuerde, aunque siempre fue de alimentación mixta, me aseguraba de que tomara más leche que fórmula, y ahí íbamos Sergio y yo, agarrando el ritmo a lo totalmente desconocido, despacio e inseguros pero felices.
En mi mente las cosas iban a suceder de una manera muy clara... le daría pecho a Jacobo hasta el año para no privarlo de todos los nutrientes que leí que esto le aportaba y porque a fin de cuentas creía que eso era lo mejor para él. Cabe aclarar que yo no estoy a favor ni en contra de dar exclusivamente pecho a los bebés; pienso que las situaciones definen lo que va sucediendo. Pero en ese momento y como mamá primeriza, lo imaginaba todo como yo pensaba que estaba bien que sucediera, como "lo ideal".
Pasando los dos meses de Jacobo, recibimos una visita en la noche, 3 parejas de amigos que ya tenían hijos vinieron a cenar y a conocer al bebé.
Justo cuando llegaron a la casa Jacobo se comenzó a poner necio, lloró mucho, cosa que nunca hacía y vomitó por primera vez su leche.
Yo me asusté pero no lo suficiente. Pensé que tal vez había comida de más. Así que me disculpe y subí a acostarlo.
Cuando bajé recuerdo a las niñas hablando entre ellas y me dijeron , "creo que ya se que le pasa, ha de ser reflujo". Medio me molestó el comentario, siempre había pensado que las enfermedades que se escuchan tanto son modas "el reflujo", "alergia a la proteína de vaca", ya más grandes "déficit de atención" etcétera. Así que como de malitas si les dije "nombre para nada, se llenó de más eso es todo". Y es que a veces es así, no queremos escuchar cosas malas de nuestros bebés chiquitos. Yo pensaba "mejor ni hubieran venido". Pero Jacobo no mejoró esa noche. Ni la siguiente. Ni la siguiente.
Jacobo pasaba todo el día perfecto, y a las ocho en punto de la noche, empezaba a llorar y llorar y llorar sin parar y a gritos, no había nada en absoluto que pudiera calmarlo.
Así empezaron a pasar los días, cuatro a seis horas seguidas de llantos que parecían interminables, a las ocho de la noche llegaba su papá. Los primeros días lo noté preocupado por el llanto de Jacobo, pero luego lo noté de mal humor, luego distante, luego empezaron las discusiones, la falta de sueño en la casa era evidente. Los dos perdíamos la paciencia con un bebé que lloraba interminablemente. Nos alejamos. Fue difícil.
Recuerdo bien una noche, luego de que pasaron esas horas de gritos, se sirvió Sergio una copa de vino y platicábamos sobre aquello. Sergio mencionó que estaba muy cansado de eso, que no le estaba gustando ser papá, que no era lo que él esperaba. Esas palabras me desarmaron totalmente. Me sentía sola contra el mundo. Las ocho de la noche era la hora en la que acostumbrábamos cenar, tomarnos una copa juntos, platicar de nuestros días, y de todo, ser una pareja, convivir, tontear; y ahora un personita de tres kilos le estaba quitando eso, o nos lo estaba quitando a los dos, solo que yo era la mamá y no podía aceptar que odiaba lo que estaba sucediendo. Obvio esa conversación, como muchas otras durante esas tres semanas terminaron en pleito y yo cada vez más sola, y nosotros cada vez más distantes, y la maternidad cada vez más difícil. No, en ese momento no era lo que yo esperaba tampoco.
El siguiente sábado, tuvimos una reunión en la noche y Jacobo se iba a quedar un par de horas con los abuelos. Nos fuimos juntos, y nos desestresamos un rato, aunque yo nunca estuve tranquila sin mi bebé. Algo me decía que me regresara, llamé a mi mamá y me comentó que llevaba ya algunas horas llorando, que no podía hacer que se durmiera. Corrí a su casa y no paró de llorar en horas, como todas las noches.
Al día siguiente, sucedió la misma historia a las ocho de la noche. Le llamamos al doctor y un domingo por consulta telefónica le diagnosticó el famoso reflujo.
Nosotros pensábamos en no darle medicamento al bebé y todo esas ideas perfeccionistas que tienes antes de la vida real. Le recetaron el típico tratamiento de Unamol, Nexium y Riopan, y le cambiaron la fórmula y a mi a dieta de lácteos, irritantes y todo lo que nos restringen por aquello de la alergia a la proteína de vaca o de que algo en mi leche le cayera mal. Y ahí estábamos, igual que muchísimos papás que pasaban por lo mismo. Pero Jacobo comenzó a mejorar y con eso todo en nuestra casa.
Cuando digo comenzó a mejorar me refiero a llorar menos, pero seguían los episodios de llanto, y el vómito.
Yo después de haber pasado las últimas 5 semanas del embarazo encerrada en la casa para que Jacobo no saliera antes de lo debido por los síntomas que tenía, y después de los días de hospital por el síndrome de hellp, moría por ver la luz. Por salir a la calle, por ver gente. Yo creo que eso también agravó la tensión en la casa, me sentía atada, encadena a la casa, salía poco, porque darle de comer a Jacobo implicaba siempre terminar vomitada, sucia, y con un desastre de leche por todos lados. Así que procuraba estar en casa, por lo menos en lo que mejoraba un poco. Darle pecho era complicado por la posición, tenía que buscar una forma en que no estuviera tan acostado. Y poco a poco una va agarrando las mañas y las formas para hacer que funcione. Pero yo no pude hacerlo funcionar lo suficiente y a los cinco meses dejé de darle pecho a mi pollito. Con su debido remordimiento de conciencia que nos da a muchas mamás, como si les falláramos, como si lo estuviéramos haciendo mal, como si no los quisiéramos, porque como ya lo he escrito en otros posts, todo mundo opina y dice lo que "deberías de estar haciendo" o lo que es lo mejor, pero claro, nadie está en nuestros zapatos, y la culpa la carga la mamá por no saber serlo.
Cambiamos de pediatra, vimos especialistas, cambiamos el tratamiento y poco a poco fue mejorando. Es una situación de paciencia. Mucha paciencia, mucho amor.
Al cumplir los seis meses Jacobo estaba perfecto. Y todo en la casa funcionaba de maravilla.
Logramos establecerle una rutina y un horario, esto nos ayudó a tener mucho más tiempo para nosotros en pareja, y mejoró muchísimo la dinámica familiar. Hasta la fecha conservamos esa rutina y nos ha dado muchas libertades, podemos organizar nuestros días o noches, nuestros tiempos, nuestras actividades y Jacobo se ha vuelto un niño bastante disciplinado en cuanto a su rutina de noche.
Cuando Jacobo cumplió ocho meses Sergio y yo hicimos un viaje y lo dejamos con mis papás. Un día antes de irnos, Jacobo vomitó y estaba segura que era reflujo. Le comenté a Sergio y me dijo que ya estaba curado de eso que no me preocupara. Y nos fuimos. Los siguientes 3 días no quiso comer y vomitaba la leche que tomaba. Mis papás lo llevaron al pediatra, quién en cuanto habló con mi mamá le dijo "es muy raro que el reflujo se vuelva a presentar en un bebé dado de alta, sin embargo si hay casos. Creo que este es uno de ellos". Y pues si, no nos habíamos librado. Le mandaron a hacer los estudios y efectivamente por alguna razón la inmadurez en su estómago seguía ahí y el tratamiento volvió, y los llantos terribles volvieron. Esta vez en menos intensidad, pero el vómito y el llanto persistía. Y persistió dos meses más.
Jacobo estuvo curado de su reflujo hasta los diez meses. Supongo que su estómago no había terminado de madurar o algo así.
Tengo entendido que hay diferentes tipos y niveles de reflujo. Jacobo no tuvo uno muy fuerte, pero fueron meses largos y desgastantes.
Ser mamá de un bebé con reflujo es común en estos días.
Es cansado, es desgastante, parece eterno, hueles a leche todo el día, es una impotencia enorme ver cómo tu bebé chiquitito vomita, no puede comer, tiene ardor en su pancita, agruras, mal humor. La buena noticia: ¡todo pasa!, tarde o temprano pasa. Lo importante es estar conscientes de que el bebé nos necesita y no desesperarnos.
Yo en lo personal, me sentía la más incapaz, la menos preparada, la menos tolerante, pensaba que tal vez no lo amaba lo suficiente, dudaba de querer seguir en esto pero ya estaba con esto encima, quería huir de la maternidad y luego me sentía la peor de todas por pensar eso.
Como parte de la experiencia de ser mamás, vamos a llorar, vamos a pensar que no podemos pasar un día más sin dormir, vamos a querer correr, vamos a querer huir y dejarlo (yo si lo hice, ya lo contaré en otro momento) vamos a pensar que esto no es lo que queríamos lo cual es súper válido, porque ¿quién quiere que le estén gritando por horas en el oído? nadie, ¿quién quiere tener que estar aguantando vómitos diario? ¡nadie! y no por eso somos malas mamás, solo somos personas normales. Hormonales, cansadas, hartas en muchas ocasiones, seres humanos pasando por un proceso duro de adaptación.
No cargues culpas, no dudes de tus capacidades, no te sientas sola. Carga pilas, pon a prueba tu dedicación, únete a las mamás que están pasando o pasaron por lo mismo, busca tribu, busca comunidad. Ora. Haz actividades que te gusten, que te den luz y paz. Duerme. Come. Alimenta tu cuerpo, tu alma. Busca un espacio con tu pareja. Escucha música. Deja de leer cómo tiene que ser la mamá ideal. Recuerda que << No hay mejor mamá que tu para tus hijos, tu los elegiste, ellos te eligieron, lo bueno y lo malo que tu seas como madre es perfecto para ellos >>
Ana C.

Comments