La intuición, nuestro súperpoder
- anac
- 19 jul 2018
- 7 Min. de lectura
Sabemos que cuando estamos embarazadas muchas sufrimos de náuseas y otros males, notamos que muchos de nuestros sentidos se agudizan. Hay quien dice que es una cuestión hormonal, hay quién dice que es porque la naturaleza es tan sabia y nosotras tan mamíferas que lo hacemos como un método de protección a nuestros críos. Sea como sea y por la razón que sea a partir de que estamos en la dulce espera y de ese momento en adelante tenemos el oído, la vista, el olfato, y hasta los reflejos más agudos que nunca, y acompañando a todo esto nos regala la naturaleza un súper poder más que es del que quiero compartirte este par de anécdotas. Nos regala la "Intuición". Esa que no nos deja estar tranquila porque sentimos que algo está sucediendo o por suceder.
En este post quiero contarte la importancia que le he tomado a mi intuición y en qué momentos me he dado cuenta que la tengo.
La intuición la tenemos las mamás para usarla. Que no nos de pena o miedo. Obvio no somos adivinas pero por lo regular las mamás sabemos o sentimos ciertas cosas que nadie más percibe. Es un regalo que debemos aprovechar al máximo, la intuición es lo que nos permite cuidar a nuestros bebés de forma extraordinaria.
Quiero empezar diciendo que la intuición es esa cosquillita que te está diciendo en la cabeza que hagas o dejes de hacer algo, se siente en la cabeza, en el estómago, en el corazón. Es una pequeña molestia que llega y no sabemos porque. Hay que estar muy alertas y en caso de sentirla defenderla aunque nos llamen locas. Son impulsos o ganas que tenemos de hacer algo y que muchas veces dejamos de hacer por que nos preocupa que nos juzguen, el objetivo de este post es que nos permitamos sentir poderosas de nuestras decisiones en el tema de la maternidad; éstas decisiones van desde las más simples a las más complicadas, pero siempre dentro de nosotros tenemos la respuesta.
Te cuento un par de ocasiones en las que sentí la voz de la intuición y algunas en las que la ignoré por completo.
Cuando estaba embarazada que no me sentía nada bien y la ginecóloga me decía que era normal, que era el calor, que era mi tamaño, y cualquier número de razones, yo siempre sentí que algo estaba mal. Y si. Estaba mal. ¡Tenía una enfermedad mortal!, pero por miedo o por no molestar o incomodar no tuve el valor de pedir una segunda o tercera opinión. Muchas cosas se pudieron haber evitado, pero no puse atención a esa cosquillita que tenía. No me di cuenta.
La segunda vez que la sentí fue al día siguiente de nacer Jacobo. Sentía que ponerme un par de paños calientes en el pecho me ayudaría a bajar la leche más fácilmente, cuando los pedí las enfermeras se rieron y me dijeron "eso no va a funcionar señora, nunca habíamos escuchado algo así", yo si lo había escuchado en algún lado, y no me los llevaron, no me los apliqué, pero dentro de mi sentía que debía de hacerlo. Segunda ocasión que no escuchaba a mi voz interior. Pasaron los días y yo sin poder dar pecho.
Tercera ocasión: me dieron de alta y llegué a mi casa aún recuperándome de las fallas de todos los órganos. Debido a los episodios de amnesia que tuve en mi casa, mis papás querían internarme de nuevo.... algo dentro de mi me decía que no. Ya no podría entrar con mi bebé, puesto que ya nos habían dado de alta a ambos. Yo en casa comencé a aplicar los paños calientitos en el pecho, mis papás me decían "es tu decisión, pero estamos preocupados por ti. Tu mamá se va a hacer cargo del bebé mientras te curas" nuevamente algo me decía que no, me dijeron "te llamamos en media hora para que lo platiques con Sergio y lo decidan". Le dije a Sergio "mi amor, no me quiero ir, no me quiero separar de ti y de Jacobo", acto seguido comencé a llorar y en ese instante sacar leche como de película, como si hubieras abierto la llave. Sergio estaba impresionado. Corrí por Jacobo y le di de comer como una experta. Recuerdo voltear a ver a Sergio y decirle "De aquí no me van a mover y menos ahora". Ahora lo pienso y recuerdo que sentía que me tenía que quedar. Algo me lo decía dentro de mi. De haberme internado en ese momento, probablemente no hubiera podido darle pecho a Jacobo ni ese día ni ningún otro. Algo dentro de mi me decía, quédate y sentía la presión de mis padres de internarme, y tenía miedo de que me fuera a pasar algo pero ese sentimiento dentro de mi era mucho más fuerte, no me dejaba irme.
Llegando a los siete meses, Jacobo un día no quiso comer. Y eso que come como adolescente. Pero ese día no quiso. Comenzó sin querer comer, luego con hipo, mucho hipo, luego mucho vómito. Sergio estaba fuera de la ciudad. Cuando lo vi recuerdo que pensé "se parece mucho a cuando tenía reflujo". Lo llevé al pediatra y cuando lo vio y le conté los síntomas me dijo en un segundo "es un virus". Yo pensé "no creo. Pero yo no soy pediatra" le recetó una medicina para el dolor, otra para el "virus". Pasaron los siguientes dos días y Jacobo seguía sin probar alimento, no se veía enfermo, solo vomitaba todo lo que comía. Notaba que lloraba de hambre, solo que no lo podía conservar en su estomaguito. Volví a hablar con el pediatra quién me dijo "así son los niños señora, no se preocupe". Pasaron 3 días más y yo notaba que Jacobo perdía mucho peso. Hablé nuevamente con el pediatra me dijo "señora yo se que es su primer hijo, no se desespere, los virus tardan en salir, hay que ser pacientes". No estaba dispuesta a tener más paciencia. Mi bebé tenía días sin comer y yo sin dormir. Le comenté "Dr. siento que tiene los mismos o muy parecidos síntomas del reflujo, "no será un problema del sistema digestivo?" - "No señora, hoy atendí a más de treinta niños con un virus similar a este en sus estómagos".
No, no estaba a gusto. Algo me decía que estaba mal. Que ya no le siguiera dando el famoso "motrin". Fui a ver a otro pediatra. Un señor grande, con muchísimos años de experiencia. Lo vio, le conté los antecedentes, le conté los síntomas actuales. Me dijo "es muy raro que suceda, pero puede ser... sospecho que su hijo nuevamente tiene reflujo"
Lo medicó, y me dijo, si es así, luego de su primer toma de biberón con el cambio de leche y este medicamento, debería poder conservar el alimento en su estómago. Me fui feliz a la casa. Tomó su primer biberón con el nuevo medicamento y leche y si. Ni un vómito más. Jacobo nuevamente tenía reflujo. 12 días después y 2 kilos menos le hice caso a mi intuición quien nuevamente tuvo razón. A los tres meses Jacobo otra vez estaba curado.
Recuerdo un día que salimos Sergio y yo de noche, dejamos a Jacobo con la niñera. Llegamos a casa de madrugada, Jacobo ya estaba grande, pasaba ya del año de edad; él dormía en su cuarto y cuando llegamos despachamos a la niñera y subimos. Recuerdo decirle a Sergio "voy a ver cómo está el bebé". Me dijo, "no, ya ni entres, no vaya a ser que lo despiertes". Sentía esa necesidad de ir a ver cómo estaba. Tenía unas ganas inmensas de verlo, de taparlo, de olerlo. Pero por lo que dijo Sergio y el miedo a que se despertara decidí dejarlo.
A la mañana siguiente lo escuché llorar y me levanté corriendo a saludarlo. Cuando entré a su cuarto me di cuenta que había vomitado dormido. Tenía toda su piyama, sus peluches y sábanas cubiertos de vómito. Ya seco. Ya de hace una horas. Tenía calentura. Estaba segura que esa necesidad que tuve de verlo, me estaba diciendo que algo estaba mal. Jacobo no se sentía bien. Me sentí muy mal. Muy culpable por haber permitido que el miedo a que se despertara, o el miedo a tardar en dormirnos me haya ganado a las ganas de cuidarlo y de darle su beso de buenas noches. Recuerdo que ese día dije, cada vez que tenga ganas de hacer algo por mi niño lo voy a hacer no me importa la consecuencia, no me importa que me señalen. Para algo se nos dio el regalo de la intuición.
Precisamente ayer que estaba en el café con mis cuñadas mientras los seis primos jugaban en el cuarto sentí la necesidad de ir a ver a Jacobo. Les dije, "niñas tengo que ir a ver tantito a mi pimpollo, hay vengo" me acuerdo que hasta la mano en el pecho me puse. Sentía algo. Cuando salí del cuarto me lo topé llorando en una esquina solito. Se me apachurró el corazón, había andado malito de la pancita y lloraba muy bajito y decía "bichitos mamá bichitos", le he dicho que si toma agua sucia los bichitos le van a hacer que le duela su pancita. Y pues si, le dolía. No se si no quería caminar por el dolor, si no sabía donde estaba yo o si le daba pena que lo vieran llorar pero estaba sentadito solo llorando. Cuando me vió me abrazó muy fuerte y suspiraba con mucho sentimiento. Esa conexión que tenemos. Eso es la intuición.
La intuición es la mejor arma que tenemos como madres. Nos ayuda a saber si una persona, lugar o situación es buena o mala para nuestros hijos. Utilízala. Siempre.
Es preferible que nos juzguen de locas. Por que quien no la tiene, o no la siente nunca nos va a entender.
AnaC.

Foto: @memorama_fotografía
Comentarios